Hace poco menos de un mes, de repente, la bomba explotó en la NBA. Primero fueron los Bucks de Milwaukee los que sorprendieron quedándose con el jugador que muchos querían, Damian Lillard. La superestrella de Portland, que algún día juró fidelidad a los Blazers pero un día se cansó, exigió ser cambiado a Miami Heat, pero Pat Riley nunca ofreció lo que quería el equipo de Oregon y Dame, como le dicen, terminó en Milwaukee, pese a que había otros cinco interesados. Un golpe en la mesa de los favoritos, porque Lillard, de repente, se juntaba con Giannis Antetokoumpo, uno de los grandes jugadores desequilibrantes del momento. Un tipo que, con espacios, te mata. Y justo Lillard da eso, espacios, además de sangre fría, experiencia y mucha jerarquía. Porque este base tiene tanto tiro, tanto poder anotador, que hay que marcarlo mucho más que a los otros compañeros que tenía el griego…
Pero, claro, por debajo del radar pasó lo que tuvieron que dar a cambio los Bucks. Nada menos que Jrue Holiday, esos jugadores que habitualmente son el pegamento de los grandes equipos. Esos obreros que terminan siendo figuras y piezas esenciales de los campeones. Como pasó en 2021, cuando Milwaukee se llevó la final. Un base fuerte físicamente que es un enorme defensor y un anotador infravalorado. Claro, los de Wisconsin no pudieron resistirse a Lillard y dieron a otra carta pesada.
Pero lo peor no fue eso, porque su partida fue hacia a Portland, en primera instancia. A un equipo que, sin Lillard, no pelea nada porque comenzará una profunda reconstrucción. Pero, en un abrir y cerrar de ojos, Holiday quedó libre y terminó en Boston, nada menos que el gran rival de Milwaukee en el Este. Y, de repente, Milwaukee dejaba de ser el gran favorito de la conferencia para, en la visión de varios, ser los Celtics. Los de verde, que buscan ganar el ansiado anillo que se les niega desde el 2008 y así romper la paridad con los Lakers en la hegemonía de títulos NBA, habían perdido a otra de esas piezas silenciosas esenciales como Marcus Smart, un ídolo de la gente, y ahora sumaron a un tipo que es parecido, pero mejor. Un absoluto cambio de mapa entre los poderosos de esta temporada N° 77 que comienza este martes con el siguiente contexto de candidatos.
Si hablamos de Boston lo primero a decir es que el equipo de Joe Mazzulla, manejado desde las oficinas por Brad Stevens, aquel gran coach que lo tuvo cerca del título, ya ha golpeado más de una vez la puerta grande de la NBA pero no ha podido traspasarla con éxito. Hace dos años jugó la gran final, perdiendo con los Warriors, y en la campaña pasada cayó dramáticamente en la definición de la conferencia. Estuvo 0-3 ante Miami, luego empató la serie y perdió el decisivo Juego 7 en casa, nada menos. Durísimo. El golpe se absorbió rápido y la gerencia salió a reforzar al equipo. Para eso debió tomar decisiones difíciles, como mandar a Smart, su guerrero y principal jugador defensivo, a Memphis. El objetivo fue sumar a Kristaps Porzingis, ese talentoso unicornio de 2m21 que puede darle otra dimensión anotadora al equipo, liberando a Jason Tatum, su superestrella. Realmente no pensó que Holiday quedaría a disposición, meses después, justamente un jugador que hace años Boston quería. Tuvo que dar a Malcolm Brogdon y Robert Williams III, piezas valiosas, pero la base que tiene es suficientemente buena como para salir de estas movidas con un balance positivo. Se quedó con Derrick White, clave en los playoffs pasados, y sigue Al Horford, aunque con 37 años… Ahora dependerá mucho de Mazzulla, quien debe para manejar un plantel poderoso con muchas variantes que sólo acepta ser campeón.
Los Bucks serán sus grandes rivales en el Este, pese a que hay un gran debate en la NBA sobre si la decisión de sumar a Lillard y dejar a Holiday los hacen un mejor equipo. Lo veremos en la cancha y, sobre todo, en los momentos decisivos, porque está claro que en la fase regular pasará por encima de casi todos. Es tan bueno ofensivamente el base, con tanto oficio, carácter y experiencia, que sería extraño que el dúo con Giannis no funcione. Seguramente les llevará tiempo, porque ambos necesitan la pelota en sus manos, pero se intuye que harán todo lo necesario para ajustar y no “pelear” por el monopolio de la misma. Por otro lado, son jugadores complementarios, uno va para adentro y el otro es devastador desde afuera, cada uno debería captar la atención de la defensa y liberar al otro. Deberán turnarse. Además, ojo, porque no son ellos solos. Milwaukee tiene un cuarteto devastador, al que se suman Khris Middleton y Brook Lopez, el primero un alero que anota copiosamente desde el silencio y el segundo un pivote dominante desde lo defensivo pero que también anota y, como Middleton, ya sabe cómo es jugar con Giannis. Milwaukee-Boston debería ser la final del Este, salvo que algo extraño suceda en el camino.
Del otro lado, en el Oeste, el gran candidato sigue siendo Denver, porque es el campeón, porque tiene al mejor del mundo (Nikola Jokic) y mantuvo a a gran parte del equipo que jugó un básquet de alto nivel durante los playoffs. Si mantiene el hambre y la convicción, puede repetir. Sobre todo en el interior del Joker, que se volvió a su lugar en el mundo ni bien pudo y no paró de bailar, tomar, divertirse y estar con amigos y caballos durante sus vacaciones lejos de la pelota. Si está enfocado y con ganas, algo que sus íntimos descuentan tras desconectar por completo en su Serbia, todo puede pasar. Nikola viene de sacar enormes diferencias en la postemporada. Todo logró: jugó e hizo jugar a un grupo de brillantes acompañantes, uno de los cuales ya toma color de superestrella, como el canadiense Jamal Murray. Siguen Aaron Gordon, Michael Porter Jr, Reggie Jackson y el sorprendente rookie Christian Braun. Las bajas de Bruce Brown y Jeff Green, es verdad, las puede sentir.
Phoenix aparece como su principal rival, a base a reunir un talento apabullante. La química colectiva todavía es una incógnita, pero los Suns tienen el potencial -y la aspiración- para ir por todo. El nuevo dueño, Mat Ishbia, pateó el tablero en todo sentido durante este año. Primero, en febrero, consiguió a Kevin Durant, uno de los mejores jugadores ofensivos de todos los tiempos, aunque a costa de dar a Mikal Bridges y Cam Johnson, dos talentos jóvenes. Juntar a KD con Chris Paul y Devin Booker, formando un temible Big 3, no alcanzó y todo terminó en semifinal de conferencia. Ahí el propietario volvió a mover el avispero. Fuerte. Echó al prestigioso DT Monty Williams y contrató a Frank Vogel en su lugar y no temió en hacer un canje que mandó a CP3 a los Warriors y le permitió sumar a otro anotador devastador como Bradley Beal. Así, con KD, Beal y Booker, formó otro Big 3. Parecía un Big 4, pero DeAndre Ayton estaba disconforme en Arizona y le dieron salida. En su lugar llega un europeo, como Jusuf Nurkic, que si el físico le da, promete sumarle más que Ayton, por conocimiento de juego y mayor oficio colectivo. No será fácil la alquimia, hay tanto talento como trabajo por delante en el Valle del Sol.
No se puede terminar el análisis sin hablar de los Lakers. Y, sobre todo, de LeBron. El Rey de la NBA en los últimos 20 años, cumplirá 39 años a fin de este año, mientras busca un nuevo anillo que agigante su leyenda y el último gran récord, el de puntos absolutos que todavía está en manos del brasileño Oscar Schmidt. El segundo es posible que lo logre en esta campaña, el primero está más difícil, aunque al lado tenga mejor compañía que en la última temporada. Llegaron Gabe Vincent -el base que sorprendió a todos en Miami-, Cam Reddish, Taurean Prince, Jaxson Hayes y Christian Wood para potenciar a un plantel que combina veteranía con juventud. Renovaron a Rui Hachimura, Austin Reaves y D’Angelo Russell, piezas esenciales en la sorprendente llegada a la última final del Oeste. Darvin Ham, con un año más de experiencia, deberá sacarle el jugo a la que asoma como la última chance de LeBron para alargar su reinado.