Las personas que dominan dos o más idiomas acostumbran a cambiar el timbre o la tonalidad de la voz cuando pasan de una lengua a la otra. A qué se debe este curioso fenómeno que afecta a millones alrededor de todo el mundo.
En primer lugar, es necesario destacar que aproximadamente el 30% de la comunicación entre seres humanos depende del timbre de voz. Las diferentes tonalidades del habla ayudan a los interlocutores a hacerse una idea rápida de cómo es la personalidad de la persona que tienen enfrente.
Asimismo, las variadas frecuencias alertan al otro de cómo nos estamos sintiendo en un determinado lugar y momento específicos. Cada sentimiento contiene una musicalidad especial.
Algo similar sucede en el instante en el que saltamos de un idioma hacia el otro. Un estudio publicado por la Universidad de Stirling, ubicada en Escocia, demostró que modificamos nuestra voz con el objetivo de adaptarla a las costumbres fonéticas de la lengua a la que pasamos.
A nivel psicológico, esto evidencia un esfuerzo por mimetizarse con el lenguaje foráneo y hacer que el interlocutor se sienta a gusto y cómodo con la forma en que pronunciamos las palabras.
Más allá de los aspectos sociales, también es cierto que cada expersión idiomática detenta una vocalización y una cadencia distinta. En efecto, la frecuencia del castellano está muy alejada de la del japonés o el chino mandarín. Allí radica el intento por hacernos entender.
En este intercambio linguistico, a veces los nervios y el miedo a fallar en la comunicación juegan una mala pasada y hacen que se nos agudice el tono de voz. Sobre todo en aquellas personas que invirtieron horas y horas de su tiempo para dominar una lengua y, al momento de hablarla, no sienten la comodidad esperada.